jueves, 2 de mayo de 2013
Círculos de lectores El llano en llamas
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La vaca Libro para el círculo de lectores y los que gusten de leer.
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Cuento: Pelagia (Círculos de lectores)
PELAGIA
MIJAIL ZOSHCHENKO/RUSIA
Pelagia Era una analfabeta. No sabía ni escribir su
propio nombre. Sin embargo, su marido era un funcionario soviético de cierta
categoría, si bien en otra época había sido un simple campesino. Cinco años de
vida en la ciudad le habían enseñado mucho.
No sólo a escribir, sino muchísimas otras cosas.
Y
se sentía avergonzado de tener una mujer analfabeta.
—Deberías aprender cuándo menos a escribir tu nombre,
Pelageyushka —solía decirle—. Mi apellido es muy fácil, tan sólo dos sílabas:
Kuch-kin, y aun así, no sabes escribirlo. ¡Es terrible!.
Pelagia
soslayaba el asunto:
—No veo la necesidad de empezar a aprender ahora, Iván
Nikolaievich —contestaba ella—. Estoy envejeciendo y mis dedos se entorpecen.
¿Por qué voy a intentar aprender ahora a escribir todas esas letras? Deja que
aprendan los jóvenes. Yo me haré vieja tal y como he vivido siempre.
El
marido de Pelagia era un hombre muy atareado y no podía perder el tiempo con su
mujer. Movía la cabeza como diciendo: Pelagia, Pelagia… Pero sus labios
permanecían cerrados.
Hasta
que un día, Iván Nikolaievich llevó a su casa un librito muy especial.
—Aquí
tienes, Polya, una cartilla para aprender sola, basada en los métodos pedagógicos
más recientes. Yo mismo te enseñaré cómo se hace.
Pelagia
sonrió tranquilamente, cogió el libro, lo hojeó y lo metió en el aparador como
diciendo: Dejémosle ahí por el momento.
Quizá
nuestros hijos nietos hagan uso de él.
Pero
cierto día, Pelagia se sentó a trabajar. Tenía que zurcir una chaqueta de Iván
Nikolaievich cuyas mangas estaban desgastadas por lo codos.
Se
sentó, pues, a la mesa, cogió la aguja, y al meter la mano bajo la chaqueta,
oyó algo que crujía.
Quizá tenga
dinero en algún bolsillo, pensó Pelagia.
Empezó
a buscar y encontró una carta. Una carta preciosa, en un sobre primoroso, con
una letra pequeña y clara, que olía a perfume o a colonia. El corazón de Pelagia
le dio un vuelco.
¿Será
posible que Iván Nikolaievich me engañe?, pensó ¿Qué esté manteniendo
correspondencia amorosa con damas bien educadas y mofándose de su pobre y
analfabeta mujer?
Pelagia
miró el sobre, sacó la carta y la desdobló, pero como era analfabeta no pudo
entender ni una sola palabra.
Por
primera vez en su vida, Pelagia lamentó no saber leer. Y se decía: Aunque la
carta no sea para mi, tengo que saber qué dice. Tal vez cambie mi vida por
completo y sería mejor que yo volviese al campo a trabajar de campesina.
Pelagia
se echó a llorar pensando que Iván Nikolaievich parecía haber cambiado últimamente;
cuidaba más su bigote y se lavaba las manos varias veces al día. Pelagia
permanecía sentada mirando la carta y berreando como un cerdo al que fueran a
matar. Pero no podía leer la carta, y si se la enseñaba a alguien, podría
resultar embarazoso.
Pelagia escondió la carta en el aparador, terminó de
coser la chaqueta y esperó que Iván Nikolaievich regresase. Cuando llegó, ella
se comportó como si nada hubiera pasado. Al contrario, con naturalidad y muy
tranquilamente conversó con su marido, y hasta le insinuó que no le disgustaría
estudiar un poco, ya que estaba harta de ser una ignorante campesina
analfabeta.
Iván
Nikolaievich se sintió lleno de alegría al oírla.
—¡Estupendo!
—comentó—. Yo mismo te enseñaré.
—De
acuerdo. Empecemos —contestó Pelagia.
Y se quedó
con la mirada fija en el bigotillo esmeradamente recortado de Iván
Nikolaievich.
Durante dos meses enteros, Pelagia no dejó de estudiar
un solo día. Con paciencia infinita juntando las silabas hasta formar palabras,
aprendió a escribir y a mencionar frases. Y todas las tardes sacaba del
aparador la valiosa carta e intentaba descifrar su secreto significado. Pero no
era tarea fácil.
Pasaron
tres meses antes de que Pelagia dominase la lectura.
Cierta
mañana, al marcharse Iván Nikolaievich a su trabajo, Pelagia sacó la carta del
aparador y comenzó a leerla.
Le
resultaba difícil descifrar la menuda caligrafía, pero el perfume apenas
perceptible que emanaba el papel le sirvió de acicate para proseguir. La carta
estaba dirigida a Iván Nikolaievich y Pelagia leyó:
Querido
camarada Kuch-kin:
Te envío la cartilla prometida. Espero que tu mujer
pueda dominar tan vasta erudición en dos o tres meses. Prométeme, buen amigo
que harás lo posible para que así sea. Explícale, hazle sentir lo fastidioso
que es ser una campesina analfabeta.
Para celebrar el aniversario de la Revolución , estamos
tratando de acabar con el analfabetismo en toda la Republica por todos los
medios a nuestro alcance. Pero por alguna razón oculta, a veces nos olvidamos
de los más allegados.
No descuides este asunto, Iván
Nikolaievich.
Con saludos comunistas
María Blokhina
Pelagia leyó la carta dos veces. Después, apretándose
los labios con desconsuelo y sintiéndose en cierto modo secretamente ultrajada,
rompió a llorar amargamente.
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